por Daniel Bailey
publicado originalmente enPoder del Evangelio,
Volumen 13, Número 15, 9 de abril de 2006
¿Cuál es el significado de la vida? Es una pregunta difícil. Millones de personas a lo largo de los siglos han pasado sus vidas reflexionando y buscando una respuesta a esta pregunta fundamental de la existencia humana. Muchas filosofías, religiones, escuelas, sectas y otras instituciones han encontrado fundamentos puramente en la especulación sobre el significado y el propósito, si es que existe alguno, de la vida humana: un propósito para toda la tragedia, el sufrimiento, el dolor, la tristeza, la felicidad, el consuelo, el alivio y la alegría que comprenden la experiencia humana. Sin embargo, los hijos de Dios que tienen fe en que la Palabra de Dios es verdadera y totalmente suficiente para proporcionarnos todo lo que necesitamos saber en esta vida (1 Pedro 3:XNUMX) tienen una profunda ventaja incluso sobre los pensadores y filósofos más supremos de todos los tiempos, porque Dios proporciona en la Biblia las respuestas a muchas de las preguntas más difíciles de la vida, si tan solo estamos dispuestos a leer y aceptar la infinita sabiduría del Señor.
Por ejemplo, consideremos Hechos 17:26-28: Pablo pronunció estas palabras mientras exhortaba a los filósofos y oradores en medio del Areópago de Atenas, una audiencia que pasaba todo su tiempo reflexionando y cuestionando nuevas teorías y canales del pensamiento humano (cf. Hechos 17:21): "Y de una sangre ha hecho Dios todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación, para que busquen a Dios, si es que palpando, puedan hallarlo; aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros; porque en él vivimos, y nos movemos, y existimos..."
Ahora bien, esa declaración en realidad aborda mucho más que la pregunta que dio inicio a este breve estudio, pero observe que el apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, explica el significado de la vida. ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el propósito de la existencia humana? Dios nos dice que Él creó todas las naciones de todos los pueblos de la tierra para que pudiéramos buscarlo y alcanzarlo y, al encontrarlo, aprender a hacer Su voluntad. Esa es una respuesta sencilla a lo que muchos perciben como la pregunta más difícil de todas.
Para que no nos equivoquemos y creamos que este es el único pasaje que explica el significado de la vida, consideremos también Eclesiastés 12 y recordemos que estas palabras fueron escritas por el rey Salomón, el rey sabio. Salomón imploró al Señor que le concediera sabiduría y un corazón entendido, que él consideraba más importantes que la riqueza, la longevidad o la victoria sobre sus enemigos (ver 3 Reyes 1 y 12 Crónicas 13,14). Este sabio rey prosiguió explorando cada aspecto de la vida en la tierra, todas sus alegrías y tristezas fugaces, para descubrir el propósito y el significado de la existencia del hombre. Salomón registró sus hallazgos en el libro de Eclesiastés. La conclusión de este gran libro de literatura sapiencial (Eclesiastés XNUMX:XNUMX) dice lo siguiente: "Oigamos el fin de todo el discurso: teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, incluso toda cosa encubierta, sea buena o sea mala."
El sabio rey Salomón descubrió después de toda su búsqueda que el sentido de la vida no está en el trabajo, ni en la riqueza, ni en la fama, ni en el poder, ni en el placer físico, ni en el dolor, ni en la necedad, sino que el sentido y propósito de la vida es temer a Dios y guardar sus mandamientos, porque esta vida no es más que un breve campo de juego y todas nuestras obras vendrán ante Dios para el juicio eterno.
No hay palabras que puedan describir la bendición que la Palabra de Dios nos brinda al responder adecuadamente las preguntas más fundamentales de la vida. La elección pertenece al lector: estudiar la Palabra de Dios y recibirla con un corazón abierto para ganar fe en las respuestas de Dios, para vivir en la comodidad y la esperanza que sólo el cansancio de la vida puede quitarnos; o bien rechazar el mensaje por ser demasiado simple o demasiado contrario a la opinión moderna, y vivir una vida de especulación y filosofía vana sin estabilidad, sólo con fe en la sabiduría voluble de los hombres. Como amonestó Jesús en tantas ocasiones: el que tenga oídos para oír, que oiga (Mateo 19:9,14,15).